En estos días, los pájaros vendrán de nuevo a posarse en las plantas de la terraza de Eladia, anunciando la primavera…
Lo harán por costumbre, claro, pero también cautivados por la atmósfera de melodía que exhume ese rincón. Allí la espiaban intrigados cuando, lápiz entre los dientes y sentada al piano, escribía sus canciones. Desde allí, como antes desde su casa avellanedense de Gerli al sur, la autora indicaría que el corazón miraba intensamente hacia ese punto cardinal nuestro. Hasta un director general de la UNESCO, Federico Mayor, abriría uno de sus discursos recurriendo a esa frase: «Tener el corazón mirando al sur es, como lo dice la gran poeta Eladia Blázquez... ».
Que el sur fuese la luz de nuestra identidad la llevaría a intentar descrifrar «Como somos», confiarnos algunos «Sueños de barrilete» y abrirnos a la esperanza («A pesar de todo, dejándola abierta, verás que se cuela el sol por la puerta»…). ¿Pesimista Eladia...? ¿Discépolo con faldas? Más bien investigadora audaz. Mire que elegir el ritmo de un bailecito para celebrar a la ciudad del tango. Declararle que, sin el «juego de los niños en las plazas asoleadas sin Pichuco y sin Piazzolla», no sería nada y se vería muy sola...
Hay una Eladia ecléctica de cada instante. Para los que peinamos canas, es posible seguir el arco que va trazando en los años cincuenta, justo antes del rock. Allí se la verá cantando en deliciosa interculturalidad andaluza-salamanquina el repertorio español (swingueando hábilmente en voz y guitarra «El Manicero», del cubano Moisés Simons). Arco que se extenderá luego al folklore, con zambas, cuecas y litoraleñas, incursionando en el jazz («Humo y alcohol»), los valses peruanos, las baladas y boleros donde sentenciará que «no es un juego el amor» y «es la vida una novela sin final»… Lista donde hace poco figuraría hasta el tableteo de un rap, con consignas de valor universal: «Con el auxilio de la memoria, tal vez podamos cambiar la historia…».
El talento con que resolvía la ecuación letra + música + acompañamiento instrumental + interpretación vocal le harían ganar el respeto de sus colegas en general y de los varoncitos en particular, reacios cuando abordó el género donde finalmente anclaría, el tango. Aptitudes que sirvieron a identificar a la niñita prodigio que en la década del cuarenta sorprendía al mundo artístico, pero mucho más a la artista madura que fue creciendo en la cultura mestiza de su gente («Te pueblan tantos ecos y tantos sones, que cuesta imaginarse tu voz primera...»).
En síntesis audaz, el arte de Eladia se va haciendo al recorrer el alma sudamericana, donde palpita un ser que ansía vivir sus momentos mejores. Y aún cuando en «Honrar la vida», «A un semejante», «Sin piedad», «El miedo de vivir» y «Pazzia» surja el desasosiego frente a un mundo violento tentado por la desintegración, su compromiso de creadora le opondrá el «contra viento y marea» de «las alas del alma» y el «Prohibido prohibir», con guiño de ojo a los años sesenta. Pocos habrán explorado tanto ni tantos géneros musicales, buscándole respuestas a la belleza y al absurdo, a la dificultad de realizarse, no en un destino grandilocuente trucado por «magnates» y «tahúres», sino en la posibilidad de atreverse a ser un poco más felices sin vueltas.
Eladia se va, con esa musicalidad anticipada en su nombre y apellido. Nos deja los cimientos firmes de una construcción, visibles en la letra de "Adiós Nonino" que le pidiera su amigo Astor: "Desde una estrella al titilar, me hará señales de acudir...". Acudirá a reunirse con Manzi, Cátulo, el «gordo» y Discepolín, más Don Osvaldo, el «polaco», Edmundo Lionel, el Zorzal, el «Cuchi», Cadícamo y tantos otros creadores… para seguir edificando juntos, piedra sobre piedra, nota sobre nota, una identidad generosamente creativa en la que sigan viniendo a posarse los pájaros, anunciándole al sur la primavera.
Reynaldo Harguinteguy
Sector de la Cultura UNESCO
París, 2005
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