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Pretender quitarle al canto de los pueblos el contenido social, es como pretender frenar al viento. La canción popular nace de las alegrías, las penas, las carencias y los sueños de las gentes, su problemática de convivencia, su proyecto como sociedad. Así, en nuestro acervo folklórico se puede aprender geografía, historia, gastronomía, alfarería, trabajos rurales, sociología, lenguas y un sin número de cosas que rodean al ser humano y su constante movimiento, y todo a través de canciones y poesías.
Hay quienes pretenden mantener las formas y neutralizar su esencia, la más profunda, porque si bien es cierto que la corriente superficial de un río forma parte de la esencia de ese río, las hay internas, torrenciales, que no se ven pero están y son casi el todo de esa vena de agua.
Si es por la belleza del paisaje, nuestra tierra tiene fuentes de inspiración magníficas donde nutrirse. La variedad es tal que va de la llanura a las altas cumbres, de la selva a la puna, de los grandes ríos a la meseta patagónica y a los hielos antárticos, de la ciudad enfebrecida a las lánguidas soledades, del aturdimiento de los puertos a los silencios sin dueño. Creo que revisando nuestro cancionero, todo eso está reflejado y con una gran belleza por nuestros poetas y cantores, pero dentro de esos paisajes, agrandando el ojo como si fuera el objetivo de una cámara, abriendo el zoom, uno se encuentra inevitablemente con otro paisaje, el humano, tan rico y variado como el anterior. Un paisaje que cambia mucho más aceleradamente que el terreno e influye en sus transformaciones.
Llegados a este punto tenemos necesariamente que puntualizar de quienes estamos hablando y sin duda coincidimos que de la mayoría y la mayoría es la gente humilde, trabajadora, la que hizo varias veces la grandeza del país que otros han despilfarrado o acumulado en su beneficio y que son, precisamente, los que quieren mantener la cáscara de nuestro acervo, volverlo caricatura de si mismo, sacarle ese componente de protesta como dicen y que cante a la patria que les conviene la que no tuvieron ningún empacho en regalar más de una vez- y no saben que cuando uno canta el arroz con leche, si se pone a pensar cuanto vale la leche y el arroz, ya tenemos polémica.
Nuestra canción popular ha sido coherente siempre. Desde aquel rumbo Hernandiano que en la boca de Fierro nos urgía a cantar en cosas de fundamento y las razones del pobrerío de Yupanqui, ha pasado por persecuciones, ninguneos, ridículos reemplazos, sucedáneos en forma pero no en médula, invadida por el manoseo comercial tan frecuentador de la mentira y la impostura, pero siempre han aparecido voces (con memoria sería largo enumerar, se necesitaría mucho más espacio y tiempo, y aún correríamos el riesgo de cometer la injusticia de no nombrar a alguien) que le han dado ese carácter tan profundo y claro, esa raigambre tan difícil de arrancar y que a pesar de estar totalmente sometidos en lo económico, se empeña en resistir.
Todos los días se abren flores de este árbol de insurgencia, en todo el país, aunque los posmodernos de algunos medios de difusión (que no de comunicación) del sistema se empeñen en no verlas, en no oír su urgencia de polen, preñándolo al viento hasta hacerlo un resistente en estas tierras del sur del olvido y el desprecio y si bien, como dicen algunos: con canciones poco se cambia, nosotros vamos a construir el cambio cantando, eso es inevitable, se oponga quien se oponga.
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